El metamodelo del lenguaje
Orígenes del metamodelo
El metamodelo del lenguaje fue desarrollado por Grinder y Bandler mientras modelaban a dos terapeutas muy exitosos, Fritz Perls (terapia Gestalt) y Virginia Satir (terapeuta familiar). Estos expertos obtenían resultados extraordinarios de sus pacientes pidiéndoles que fueran más específicos sobre lo que contaban, utilizando una serie de preguntas para recoger información y comprender mejor el problema de sus clientes. Grinder y Bandler observaron que, al moverse desde la estructura profunda a la superficial, es decir, al poner en palabras sus experiencias, las personas, de manera inconsciente:
- Presentaban información parcial sobre la experiencia (omisión).
- Generalizaban a la hora de observar el mundo y a los otros ignorando posibles excepciones y condiciones especiales (generalización).
- Sobresimplificaban o fantaseaban sobre lo que es posible o lo que había sucedido (distorsión).
Aunque el metamodelo está basado en el trabajo de dos terapeutas, tiene múltiples aplicaciones en todo tipo de ámbitos desde el momento en el que hay dos personas que se comunican.
Una vez dominado, el metamodelo es una herramienta potente y muy útil. Sin embargo, lleva cierta práctica dominar el proceso interrogatorio. Debe ser llevado a cabo con un alto grado de rapport y se debe usar con moderación. En caso contrario la otra persona puede sentirse muy incómoda. A menudo es una buena idea preguntar primero “¿Te puedo hacer una pregunta?”. Si la otra persona responde negativamente, es mejor evitarlo.
Aquellos que aprenden el metamodelo y tratan de emplearlo a discreción en sus conversaciones diarias, como yo, encuentran mucha resistencia. A este tipo de personas se les denomina “metamonstruos” en el argot de la PNL. Recuerda utilizar el metamodelo con mucho rapport y con mucho tacto. La gente tiende a reaccionar muy defensivamente ante cualquier técnica inquisitiva, ya que existe una tendencia habitual a sentirse cuestionado.
Descripción de las preguntas junto con ejemplos
Mientras lees los siguientes ejemplos y sus preguntas correspondientes, asegúrate de que te pones en el lugar de la persona que hace la pregunta. Date cuenta de cómo lo que la otra persona dice limita su propio modelo del mundo, tu comprensión del mismo, y tu propio modelo si aceptas lo que se ha dicho sin cuestionarlo. También observa cómo las preguntas recuperan información u ofrecen más posibilidades.
Omisiones
- Omisión simple: Algo se deja fuera de la frase.
Pregunta: “¿Enfadado sobre qué?
- Omisión de índice referencial: La persona o personas u objetos a los que se refiere la frase no están claros.
P: “¿Quién, exactamente, no te hace caso en recursos humanos?”
- Omisiones comparativas: Se hace una comparación pero no se explica qué es lo que se está comparando. La frase suele contener palabras como: bueno, malo, mejor, peor, más, menos, etc…
P: “¿Comparado con cuál?”
- Verbo inespecífico: En este caso no está claro cómo se ha hecho algo.
P: “¿Cómo la han rechazado exactamente?”
- Nominalización: Un proceso ha sido convertido en una “cosa”. Las nominalizaciones son nombres, pero no los puedes tocar ni poner en una caja. Ejemplos comunes de nominalización son: comunicación, relación, liderazgo, respeto, verdad, libertad, depresión, miedo, amor, alegría, etc… Nuestra tarea es hacer una pregunta usando el verbo para que el proceso se ponga de manifiesto.
P: “¿Cómo te gustaría comunicarte?”
Generalizaciones
- Cuantificadores universales: Son palabras como todo, nada, siempre, nunca, sólo, todos, etc…
P: “¿Nunca?” o “¿Ha habido alguna vez en la que te haya felicitado?”
- Operadores modales de posibilidad o necesidad: Palabras que se refieren a la posibilidad o necesidad de hacer algo y que reflejan un estado interno intenso relacionado con nuestras obligaciones en la vida. La clave está en desafiar esa limitación para explorar nuevas posibilidades.
P: “¿Y qué pasaría si lo hiceras?” o “¿Qué te lo impide”?
E: “Tengo que aceptar las cosas como están”
P: “¿Y qué pasaría si no lo hicieras?”
Estas preguntas devuelven a la persona la capacidad de elegir y pasa de estar reaccionando a una posición proactiva.
Distorsiones
- Lectura mental: El que habla dice que conoce lo que otra persona cree, siente o piensa.
P: “¿Cómo lo sabes?” o “¿Cómo, exactamente, sabes que tu jefe no está contento con tu trabajo?”
- Referencia perdida: Se hacen juicios de valor y no está claro quién los ha hecho.
P: “¿Según quién?” o “¿Cómo sabes que esta no es la manera de dirigir una empresa?”. También puedes preguntar “¿Según San quién?” o “¿De acuerdo a qué mandamientos?”
- Causa-efecto: El que habla establece una relación causa-efecto arbitraria entre dos sucesos o acciones. Construcciones habituales incluyen: si/entonces, porque, hace que, lleva a, provoca, etc…
P: “¿Cómo exactamente hago que te sientas incómoda al mirarte?” o “¿Te sientes cómoda si no te miro?”
- Equivalencia compleja: En esta situación, dos situaciones dispares se interpretan como si fueran idénticas. Estas dos experiencias pueden ser unidas por: así que, significa, implica.
P: “¿Cómo significa el hecho de que no te haya saludado que no esté contento con tu trabajo?” o “¿Nunca has estado preocupado por la familia u otros asuntos y se te ha olvidado saludar a alguien?”
- Presuposiciones: Una parte de la frase presupone o implica la existencia o no existencia de algo aunque no se mencione explícitamente.
P: “¿Qué te hace pensar que no estoy mostrando liderazgo?” o “¿Cómo es que no demuestro liderazgo?”
La importancia del metamodelo en el diálogo interno
“Muchos creen estar pensando cuando meramente reordenan sus prejuicios”
—David Bohm
Si uno presta atención a su diálogo interno, a las conversaciones que mantiene consigo mismo, a las cosas que se dice en su cabeza, descubre que a menudo lo único que hace es dar vueltas sobre presuposiciones que no resisten un análisis más completo. Podemos decirnos a nosotros mismos “Juan piensa que soy imbécil” y a partir de ahí comenzar un argumento de varios minutos que puede venir acompañado de un intenso componente emocional. Si nos detuviéramos a analizar el diálogo con el metamodelo en la mano, o con un mínimo de sentido común, nos daríamos cuenta de que es imposible que sepamos lo que piensa Juan, con lo cual todas las conclusiones que se derivan de la primera dejan de tener una razón de ser y estamos abiertos a una interpretación más ajustada de lo que realmente está sucediendo.
De la misma manera, podemos pensar “Viajar en metro me agobia” y perpetuar inconscientemente ese problema. Si reformulamos la frase y nos decimos “Me agobio cuando viajo en metro”, pasamos a darnos cuenta de que la causa de la situación somos nosotros y no el metro. Esto nos devuelve nuestro propio poder y nos sitúa en disposición de abordar el problema de una manera activa en vez de seguir viéndonos como víctimas de la situación.
Si es importante emplear el metamodelo para hablar con otros, es también muy importante utilizarlo en nuestro diálogo interno para detectar fallos de razonamiento e incoherencias al describirnos nuestras experiencias a nosotros mismos. Si prestas atención a tu diálogo interno, te sorprenderá darte cuenta de la inmensa cantidad de conclusiones fraudulentas a las que llegas cada día y de la cantidad de trauma emocional, para ti y para otros, que puedes ahorrarte al describirte a ti mismo las cosas como realmente han sucedido.