martes, 12 de septiembre de 2017

El Cuento Del Medallón


El monarca tenía un ánimo muy cambiante y pasaba con facilidad  de la euforia a la depresión, de la exaltación al abatimiento, del encanto al desencanto. 

Cuando la cosecha del reino era abundante, se sentía pletórico y exultante, pero cuando era escasa, se notaba insuperablemente  melancólico y sin ganas de vivir. Siempre estaba en extremados estados de ánimo, con altibajos emocionales qué, incluso, a él mismo le avergonzaban, pues consideraba que no eran propios de un monarca equilibrado. 

Tan desesperado estaba por sus altibajos anímicos que hizo una proclama pública:

“Aquel artesano que proporcione al rey un medallón que pueda servirle de consuelo y procurarle equilibrio, será recompensado con creces”.

 Todos los artesanos del reino se apresuraron a  preparar medallones de las más variadas formas, pero ninguno le reportaba sosiego al espíritu del monarca.

 Un día se presentó en la corte un artesano de otro reino y le entregó un medallón al monarca. El rey lo miró detenidamente, sólo por un lado, y no encontró en el mismo nada que mereciera especial atención. Indignado, dijo:

-¿Es que pretendes tomarme el pelo, extranjero? No veo nada de especial en este medallón y te haré ahorcar si tus intenciones son burlarte de mí.

-En absoluto, majestad. Me temo que no ha observado el medallón por el otro lado. Ruego a su majestad que tenga a bien hacerlo y le aseguro que, si observa lo que ahí se indica, no volverá a padecer desequilibrios de ánimo.

El rey dio la vuelta al medallón y leyó para sí la inscripción que había en ese lado del medallón y que rezaba:

“Porque hay abundancia, hay escasez; porque hay escasez, hay abundancia. Pero una y otra pasan, incluso el estado de ánimo de su majestad”.


Gracias a ese recordatorio el monarca equilibró sus estados de ánimo. Todas las noches leía la sabia inscripción y lograba conciliar un sueño profundo y reparador.

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