Capítulo I
Voy andando por la calle
Hay un agujero profundo en la acera
Me caigo
Estoy perdida…
No sé qué hacer
No es culpa mía.
Tardo siglos en salir.
Capítulo II
Voy por la misma calle
Hay un agujero profundo en la acera.
Hago como que no lo veo
Me vuelvo a caer.
No puedo creer que me haya caído en el mismo sitio.
Pero no es culpa mía.
Tardo bastante tiempo en salir.
Capítulo III
Voy por la misma calle
Hay un agujero profundo en la acera.
Veo que está ahí
Me caigo…
Es una rutina, pero tengo los ojos bien abiertos.
Sé dónde estoy
Es culpa mía
Salgo rápidamente.
Capítulo IV
Voy por la misma calle
Hay un agujero profundo en la acera.
Lo esquivo.
Capítulo V
Voy caminando por una calle distinta.
Fuente: Poema Autobiografía en cinco capítulos de Portia Nelson, en El libro tibetano de la vida y de la muerte de Soyal Rinpoché. Ed. Urano 2006.
martes, 12 de septiembre de 2017
El Cuento Del Medallón
El monarca tenía un ánimo muy
cambiante y pasaba con facilidad de la
euforia a la depresión, de la exaltación al abatimiento, del encanto al
desencanto.
Cuando la cosecha del reino era abundante, se sentía pletórico y
exultante, pero cuando era escasa, se notaba insuperablemente melancólico y sin ganas de vivir. Siempre
estaba en extremados estados de ánimo, con altibajos emocionales qué, incluso,
a él mismo le avergonzaban, pues consideraba que no eran propios de un monarca
equilibrado.
Tan desesperado estaba por sus altibajos anímicos que hizo una
proclama pública:
“Aquel artesano que proporcione
al rey un medallón que pueda servirle de consuelo y procurarle equilibrio, será
recompensado con creces”.
Todos los artesanos del reino se apresuraron
a preparar medallones de las más
variadas formas, pero ninguno le reportaba sosiego al espíritu del monarca.
Un día se presentó en la corte un artesano de
otro reino y le entregó un medallón al monarca. El rey lo miró detenidamente,
sólo por un lado, y no encontró en el mismo nada que mereciera especial
atención. Indignado, dijo:
-¿Es que pretendes tomarme el
pelo, extranjero? No veo nada de especial en este medallón y te haré ahorcar si
tus intenciones son burlarte de mí.
-En absoluto, majestad. Me temo
que no ha observado el medallón por el otro lado. Ruego a su majestad que tenga
a bien hacerlo y le aseguro que, si observa lo que ahí se indica, no volverá a
padecer desequilibrios de ánimo.
El rey dio la vuelta al medallón
y leyó para sí la inscripción que había en ese lado del medallón y que rezaba:
“Porque hay abundancia, hay
escasez; porque hay escasez, hay abundancia. Pero una y otra pasan, incluso el
estado de ánimo de su majestad”.
Gracias a ese recordatorio el
monarca equilibró sus estados de ánimo. Todas las noches leía la sabia
inscripción y lograba conciliar un sueño profundo y reparador.
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