Érase que se era un hombre que vendía
globos en un parque de diversiones. Los tenía de todos los colores:
rojos, blancos, negros, amarillos. La gente se divertía de muchas
maneras, algunos en los columpios, otros en los puestos de palomitas de
maíz o comprando algodones de azúcar. El globero caminaba con su
mercancía dando vueltas alrededor del parque tratando de venderlos.
Para
llamar la atención de los presentes, decidió soltar algunos de los
globos. Primero soltó de la cuerda el blanco, éste subió entre los
árboles, esquivó algunas ramas y pronto se elevó hacia el cielo azul. A
continuación soltó el rojo, que ascendió de forma parecida. Estaba a
punto de soltar el tercero cuando se le acercó una pequeña de piel
oscura como el ébano, y algo temerosa se atrevió a preguntar al globero…
– Señor, si suelta el globo negro ¿subirá al cielo como el blanco?
El hombre, enternecido por la pregunta, se inclinó ante la niña y le dijo con certeza:
– Hija, evidentemente que sí. ¡Ya
lo verás! Pero recuerda lo que te voy a decir, lo que hace subir el
globo no es su color, sino lo que lleva dentro.
El globero dejó ir el globo negro y éste
subió y subió muy alto hacia el cielo, ante los ojos muy abiertos y la
cara sonriente de la pequeña.
Horacio Jaramillo Loya.